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Las historias humanas de guerra, en Ucrania


Nadiia Sukhorukova es una periodista de Mariúpol. Pasó 20 días de la guerra en su ciudad natal: vida en el sótano, sonidos de bombardeos interminables. Ella dice que los rusos están bombardeando deliberadamente las casas residenciales.


"Salgo a la calle entre los bombardeos. Tengo que sacar al perro. Este aúlla constantemente, tiembla y se esconde detrás de mis piernas. Quiero dormir todo el tiempo. Mi patio, rodeado de los bloques de edificios, está tranquilo y muerto. Ya no tengo miedo de mirar alrededor. El portal de enfrente del numero ciento cinco está calcinándose. Las llamas han devorado cinco pisos y devoran lentamente la sexta planta.

En la habitación, el fuego arde suavemente, como en una chimenea. Las ventanas carbonizadas negras se quedan sin cristales. De estas se asoman como lenguas las cortinas carcomidas por las llamas. Lo miro con calma y resignación.


Estoy segura de que moriré pronto. Es cuestión de unos días. En esta ciudad todos esperan constantemente su muerte. Sólo desearía que no fuera demasiado horrible. Hace tres días un amigo de mi sobrino mayor vino a vernos y nos dijo que hubo un impacto directo en el parque de bomberos. Los rescatadores murieron.

A una mujer la metralla le arrancó un brazo, una pierna y la cabeza. Quiero que mi cuerpo permanezca íntegro, incluso después de la explosión de una bomba aérea. No sé por qué, pero me parece importante. Aunque, por otro lado, no habrá entierros durante las hostilidades. Así nos respondieron los policías cuando les preguntamos en la calle qué hacer con la abuela muerta de nuestro amigo. Aconsejaron ponerla en el balcón. Me pregunto en cuántos balcones habrá cadáveres guardados. En la avenida de la Paz nuestro bloque es el único que no tiene impactos directos. Dos veces fue rozado por los proyectiles, las ventanas se rompieron en algunos apartamentos, pero casi no hubo daños y en comparación con otras casas parece que nuestro bloque tiene suerte. Todo el patio está cubierto por varias capas de ceniza, vidrio, plástico y fragmentos de metal.


Trato de no mirar al tonto de hierro que aterrizó en el parque infantil. Creo que es un cohete, o tal vez una mina. No me importa, solo resulta desagradable. En la ventana del segundo piso veo la cara de alguien y me estremezco. Resulta que tengo miedo de la gente viva. Mi perro empieza a aullar y entiendo que ahora volverán a disparar. Es de día, yo estoy de pie en la calle y alrededor hay un silencio sepulcral. No hay coches, ni voces, ni niños, ni abuelas en los bancos. Incluso el viento murió. Todavía hay algunas personas aquí. Yacen al lado de la casa y en el aparcamiento, cubiertos con ropa de abrigo. No quiero mirarlos. Tengo miedo de reconocer a alguien. Toda la vida en mi ciudad ahora se consume en los sótanos. Parece una vela en nuestro compartimento. Es fácil apagarla.


Cualquier vibración o brisa traerá la oscuridad. Intento llorar, pero no puedo. Siento pena por mí, mi familia, mi esposo, vecinos, amigos. Vuelvo al sótano y escucho el maldito rechinar del hierro. Han pasado dos semanas y ya no creo que antes tenía otra vida. En Mariúpol la gente sigue viviendo en los sótanos. Cada día les resulta más difícil sobrevivir. No tienen agua, comida, luz, ni siquiera pueden salir a la calle por los constantes bombardeos. Los habitantes de Mariúpol deben vivir. Ayúdenles. Cuéntenlo. Que todos sepan que siguen matando a los civiles.


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